A veces lo que más pesa no es lo que cargamos en la espalda… sino lo que callamos en el alma.
Cuántas veces hemos querido decir “te extraño”, pero no lo hicimos. Cuántas veces tuvimos que tragar lágrimas, disimular el dolor o fingir que estábamos bien. Y así, nos vamos llenando de silencios rotos, de palabras atrapadas en la garganta, de abrazos que nunca dimos.
“Lo que no se dice con palabras, se grita con silencios.”
— Mario Benedetti
Guardamos pensamientos por miedo a parecer débiles. Ocultamos emociones porque no queremos incomodar. Y nos convencemos de que está bien así, de que hay cosas que es mejor callar. Pero con el tiempo, lo no dicho empieza a pesar. Se acumula como una piedra invisible en el pecho. No se ve… pero se siente.
Hay silencios que son un refugio… pero también hay silencios que se convierten en prisiones. Y lo más duro es que, muchas veces, no nos damos cuenta de cuánto daño nos hace lo que no decimos hasta que ya es tarde: cuando la persona se fue, cuando la oportunidad pasó, cuando el momento se convirtió en recuerdo.
“Callar duele, pero a veces decirlo todo duele más.”
— Charles Bukowski
Callamos por miedo, por orgullo, por costumbre. Nos acostumbramos a guardar, a fingir, a hacer como si nada pasara. Pero algo siempre pasa dentro. Porque lo que no se expresa se transforma en nudos, en ansiedad, en insomnio, en lágrimas que no encuentran salida. Y eso también es hablar… pero con el cuerpo.
He conocido personas que se alejaron sin despedirse, otras que amaron en silencio toda la vida. Personas que quisieron pedir perdón, pero no lo hicieron. Que sintieron ganas de volver, pero no se atrevieron. ¿Y qué quedó? El vacío de lo no dicho, la carga de lo que pudo ser y no fue, el eco de una voz que jamás se escuchó.
“Las palabras que no se dicen se convierten en cicatrices invisibles.”
— Haruki Murakami
A veces basta una palabra para abrir una puerta. Para sanar una herida. Para salvar una relación. Pero nos cuesta. Nos da miedo. Nos paraliza el “¿y si no me entienden?” o el “¿y si no sienten lo mismo?”. Y mientras tanto, el tiempo avanza, la distancia crece, y la vida no espera.
Pero también he visto el poder de hablar a tiempo. El poder de decir “lo siento”, “te necesito”, “me duele”, “te perdono”. He visto cómo un abrazo sincero o una conversación pendiente puede cambiarlo todo. Puede hacer que dos almas se reconecten, que un corazón deje de doler, que un alma encuentre alivio.
“Lo más importante en la comunicación es escuchar lo que no se dice.”
— Peter Drucker
¿Y tú? ¿Cuántas cosas no has dicho? ¿Cuántas emociones tienes atrapadas en el alma? Tal vez hay alguien a quien extrañas, algo que necesitas expresar, una verdad que aún te da miedo mirar de frente. Y está bien tener miedo. Pero no dejes que ese miedo te robe la oportunidad de vivir con el corazón más liviano.
No te calles lo que tu alma necesita expresar. Aunque tu voz tiemble. Aunque no sepas por dónde empezar. Decir lo que sientes no siempre cambiará lo que pasó… pero puede transformar lo que viene.
Porque lo que no se dice también habla. Y muchas veces, habla en forma de ansiedad, de tristeza o de soledad.
“No podemos curar lo que no se muestra. Lo que se oculta, enferma.”
— Brené Brown
Hoy puede ser ese día. Ese en el que decides soltar lo que te pesa, aunque no tenga forma de palabra perfecta. Ese en el que entiendes que hablar no siempre significa tener una solución, sino atreverse a abrir el corazón.
No dejes que el silencio te aleje de ti mismo. Atrévete a decirlo. Por ti. Para ti. Porque mereces vivir con el alma ligera.
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