Hay días en los que todo parece detenerse. No hay ideas claras, ni palabras en fila, ni una emoción que podamos traducir fácilmente. Solo una especie de pausa. Como si la vida nos pidiera quedarnos quietos un momento para escuchar lo que está dentro. Esos momentos, aunque incómodos, también son parte del camino.
Me ha pasado muchas veces. Sentarme con el deseo de escribir, de expresar algo, pero encontrarme frente al silencio más profundo. Antes solía desesperarme. Sentía que el no poder escribir era una especie de retroceso, una señal de que algo en mí se estaba apagando. Pero con el tiempo, comprendí que el silencio también es una forma de comunicación. Solo que necesita paciencia para ser comprendido.
El poeta Rumi escribió una frase que hoy resuena profundamente en mí:
“El silencio es el lenguaje de Dios, todo lo demás es una pobre traducción.”
Quizá por eso, cuando no sabemos qué decir, deberíamos escuchar más. No todo se resuelve hablando o haciendo. A veces, sanar es simplemente estar, respirar, aceptar. El mundo está tan lleno de ruido, de opiniones, de prisas, que olvidamos que el silencio también puede guiarnos.
En esos espacios de quietud, empezamos a ver lo que normalmente ignoramos. Aparecen recuerdos escondidos, pensamientos que no queríamos enfrentar, heridas que aún duelen, pero también brotan anhelos que habíamos enterrado, ideas nuevas, sueños que vuelven a tomar forma. El silencio, aunque a veces incomoda, también revela.
Virginia Woolf escribió:
“Cada uno tiene su santuario silencioso. No todos lo encuentran, pero los que lo hacen, entienden lo que significa volver a casa.”
Y eso he empezado a ver en mi proceso. Que el silencio no es un enemigo. Es un espacio íntimo, un refugio donde puedo reencontrarme. Y si estoy escribiendo mi cambio, entonces también debo aceptar que no todo se escribe en voz alta. Que hay frases que se forman despacio, como raíces bajo la tierra, y que necesitan su tiempo para crecer.
Incluso ahora, mientras escribo estas líneas, no tengo todas las respuestas. Pero eso no me detiene. Porque entendí que escribir no siempre es hablar con los demás, a veces es una forma de escucharme a mí mismo. De darme permiso para no saber, para simplemente estar en medio de la transformación, sin necesidad de explicarlo todo.
Reflexión final
No temas al silencio. No creas que por no tener palabras en este momento estás fallando. Estás aprendiendo a escucharte de verdad. Estás abriéndole espacio a lo que no habías querido ver. Estás preparándote para un cambio profundo.
A veces, el cambio más significativo ocurre en lo invisible. En lo que no se dice. En lo que se siente en el pecho, en la garganta, en el alma. Ese silencio que a veces te pesa, también te está limpiando, reconstruyendo, fortaleciendo.
Como escribió Haruki Murakami:
“Lo que permanece en silencio dentro de ti, vive contigo para siempre.”
Y quizá por eso, vale la pena escucharlo.
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