Vivimos en una sociedad que aplaude los resultados visibles, los cambios que se notan desde fuera. Pero sanar no siempre es eso. Sanar no es una meta con medallas. Sanar, muchas veces, es un proceso silencioso que solo quien lo vive puede entender.
Hay días en que el simple hecho de levantarte de la cama es una victoria. Días en los que lograr no reaccionar como antes ya es un acto de sanación. Días en los que no necesitas gritarle al mundo que estás mejorando porque lo sientes, aunque no puedas explicarlo. Y eso basta.
Como escribió Carl Jung:
“No hay despertar de la conciencia sin dolor. La gente hará cualquier cosa, por absurda que sea, para evitar enfrentarse a su propia alma.”
Sanar, entonces, no es escapar del dolor, sino atravesarlo. No es aparentar fuerza, sino tener el coraje de ser vulnerable. La psicóloga Brené Brown, autora del libro El poder de la vulnerabilidad, lo explica así:
“Abrazar nuestra vulnerabilidad es riesgoso, pero no tan peligroso como renunciar al amor, al sentido de pertenencia y a la alegría —las experiencias que nos hacen más humanos.”
Sanar no siempre se ve como una sonrisa o una vida en orden. A veces se ve como una persona que ya no repite los mismos patrones de autodestrucción. Que aprende a decir “no” sin sentirse culpable. Que ya no se exige ser perfecto para sentirse digno de amor.
✨ Sanar también es esto:
-
Sentarte en silencio contigo mismo sin querer huir.
-
No buscar validación en cada paso que das.
-
Empezar a tratarte como tratarías a alguien que amas.
-
Perdonarte sin necesidad de que otros te den permiso.
-
Dejar de justificarte por sentirte triste o perdido.
Tal como decía el poeta Rainer Maria Rilke:
“Sé paciente con todo lo que aún no se ha resuelto en tu corazón. Trata de amar las preguntas en sí mismas.”
Porque sí, sanar también es aprender a convivir con las preguntas, con las partes de ti que aún no entiendes. No se trata de eliminar todo lo roto, sino de construir algo nuevo desde ahí. De seguir, incluso cuando el camino no es claro, pero tu corazón te empuja a avanzar.
💡 ¿Y cómo sabemos que estamos sanando?
No lo sabrás por los aplausos ni por los “likes”.
Lo sabrás cuando te escuches con más compasión.
Cuando te permitas descansar sin sentirte inútil.
Cuando dejes de compararte con otros.
Cuando tu paz ya no dependa de lo que piensen los demás.
Sanar se siente cuando, poco a poco, el amor propio deja de ser un concepto y empieza a ser una práctica diaria. Cuando te das cuenta de que mereces cuidarte, no porque hayas hecho algo extraordinario, sino simplemente porque existes. Y eso ya es suficiente.
💭 Reflexión final:
Sanar no siempre será evidente.
No todos lo notarán, y no todos lo entenderán.
Pero tú lo vas a sentir.
Lo sentirás cuando algo que antes te hería ya no tenga el mismo poder.
Cuando empieces a agradecer el proceso, en vez de odiarlo.
Cuando dejes de correr detrás de todo y aprendas a quedarte contigo.
No te exijas sanar de forma perfecta. No te castigues si un día retrocedes.
Como escribió Haruki Murakami:
“Y una vez que la tormenta termine, no recordarás cómo lo lograste, cómo sobreviviste. Pero una cosa es segura: cuando salgas de la tormenta, no serás la misma persona que entró.”
Sigue, aunque nadie lo vea.
Sigue, aunque no tengas todas las respuestas.
Porque sanar no siempre se nota…
Pero se siente.
Comentarios
Publicar un comentario